Una a una caen todas las fichas del dominó. Y uno a uno han caído los regímenes dictatoriales de los países del sur del Mediterráneo. Desde Túnez hasta Egipto, todas las revoluciones, con sus alegrías y sus penas, han conseguido derrocar a sus respectivos gobiernos sin aparente intervención internacional. Sólo una excepción: Libia. Y frente a las masacres perpetradas por las fuerzas de Gaddafi desde que estalló la revolución, la ONU aprueba la Resolución 1973 el 17 de marzo de 2011 que autoriza a tomar “todas las medidas necesarias para proteger a los civiles”. Una intervención militar que pese a no recibir el apoyo de Alemania, Brasil, India, Rusia ni China, se llevó a cabo. ¿Ayuda humanitaria o infracción del derecho internacional por ayudar a matar al dictador libio sin antes ser juzgado por sus actos? A muchos les picará la curiosidad…
Obama justificó la intervención porque"como presidente me niego a esperar a las imágenes de matanzas y fosas comunes antes de pasar a la acción"; la intervención en Libia era, según el presidente de Estados Unidos, una respuesta a una emergencia humanitaria; una cuestión de justicia.
Ahora bien, ¿dónde está Estados Unidos ahora que el gobierno sirio mantiene a la población civil en un estado constante de miedo? ¿Dónde está la ONU mientras se perpetúan los ataques y la represión a la oposición y a los civiles? ¿Las intervenciones responden, pues, a una cuestión humanitaria o, por el contrario, a un juego geoestratégico de los Estados?
Cierto, es difícil legitimar la intervención militar en un Estado con conflictos internos. China, por ejemplo, prefiere respetar la soberanía de cada país mientras que Estados Unidos se ha caracterizado a lo largo de la historia por sus numerosas intervenciones militares. Independientemente de la falta de legitimidad del uso de la fuerza llevado a cabo por la OTAN, por ejemplo, es moralmente justo que se intente poner fin a la muerte indiscriminada de civiles. Si antiguamente la guerra respondía a una lucha lenta entre los ejércitos de ambos lados de un conflicto, hoy en día las guerras consisten en acabar con toda la oposición; las guerras de ahora se ceban con los civiles por ser una buena manera de atemorizar a la sociedad. “Justicia”, entendiendo que la comunidad internacional no puede permitir que un Estado perpetúe la muerte injustificada de la población. Es imperdonable que Occidente con su Declaración Universal de los Derechos del Hombre bajo el brazo permita estar en un estado de somnolencia mientras un grupo en concreto -en este caso, el gobierno sirio- intenta erradicar todo signo de oposición o de libertad.
Después de que se haya cumplido un año desde el comienzo de las protestas populares contra el régimen de Bachar el Asad en Siria, ni la ONU ni la Liga Árabe han conseguido que se lleven a cabo negociaciones entre el Ejército de Liberación y el Ejército sirio. Amnistía Internacional cuenta más de 5.000 muertos desde las primeras revueltas; y la ONU cuenta 230.000 desplazados por la violencia.
Una intervención es necesaria, pero los estados miembros de la ONU desconocen lo que puede ocurrir si estalla el engranaje de influencias económicas y políticas. Siria está en una zona geoestratégica donde hierben los intereses de Rusia, Irán, Palestina e Israel. Muchos intereses en una sola región. Lamentablemente, llevamos años luchando en una guerra fría.
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